domingo, 7 de febrero de 2010

Pregunta .4




¿Qué fin tiene envejecer?

Parece una pena tener que envejecer y morir, pero evidentemente es inevitable. Los organismos como el nuestro están efectivamente diseñados para envejecer y morir porque, nuestras células están “programadas” por sus genes para que  vayan experimentando gradualmente esos cambios que denominamos envejecer.
¿Qué propósito puede tener el envejecimiento? ¿Puede ser beneficioso?
Veamos. La propiedad más sorprendente de la vida, dejando a parte su propia existencia, es su versatilidad. Hay criaturas vivientes en la tierra, en el mar y en el aire; en los géyseres, en los desiertos, en la jungla, en los desiertos polares… en todas partes. Incluso es posible inventar un medio como los que creemos que existen en Marte o Júpiter y encontrar formas elementales de vida que lograrían sobrevivir en esas condiciones.
Para conseguir esa versatilidad tienen que producirse constantes cambios en las combinaciones de genes y en su propia naturaleza.
Al dividirse un organismo unicelular, cada una de las dos células hijas tiene los mismos genes que la célula original. Si los genes se transmiten como copias perfectas, la naturaleza de la célula original jamás cambiaría, por mucho que se dividiera u redividiera. Pero la copia no siempre es perfecta; de vez en cuando hay cambios fortuitos (“mutaciones”), de modo que de una misma célula van surgiendo poco a poco distintas razas, variedades y, finalmente, especies (“evolución”). Algunas de estas especies se desenvuelven mucho mejor en un medio dado que otras, y así es como las distintas especies van llenando los diversos nichos ecológicos de la Tierra.
Hay veces que los organismos unicelulares intercambian entre sí porciones de cromosomas. Esta primitiva versión del sexo origina cambios de las combinaciones de genes, acelerando aún más los cambios evolutivos. En los animales pluricelulares fue adquiriendo cada vez más importancia la reproducción sexual, que implica la colaboración de dos organismos. La constante producción de descendientes, cuyos genes son una mezcla aleatoria de algunos del padre y otros de la madre, introdujo una variabilidad superior a la que permitían mutaciones por sí solas. Como resultado de ello se aceleró considerablemente el ritmo de la evolución: las distintas especies podían ahora extenderse más fácilmente y con mayor rapidez dentro de los nuevos nichos ecológicos o adaptarse mejor a los ya existentes, a fin de explorarlos con mejor rendimiento.
Vemos, pues, que la clave de todo esto fue la producción de descendientes, con sus nuevas combinaciones de genes. Algunas de las nuevas combinaciones eran seguramente muy deficientes, pero no durarían mucho. De entre las nuevas combinaciones, las más útiles fueron las que “llegaron a la meta” y engrosaron la competencia. Pero para que este sistema funcione bien es preciso que la vieja generación, con sus combinaciones “no mejoradas” de genes, desaparezca de la escena. No cabe duda de que los viejos morirán tarde o temprano en accidente o debido al desgaste general de la vida, pero es mucho más eficaz que el proceso venga acelerado por otro lado.
Aquellas especies en que las generaciones antiguas poseyeran células diseñadas para envejecer serían mucho más eficientes a la hora de deshacerse de los vejestorios y dejar el terreno expedito para los jóvenes. De este modo evolucionarían más rápido y tendrían más éxito. La desventaja de la longevidad esta a la vista. Las sequoias y los pinos están casi extinguidos. El longevo elefante no tiene ni lejos el éxito de la efímera rata; y lo mismo diríamos de la vetusta tortuga comparada con el lagarto.
Para bien de las especies (incluida la humana) lo mejor es que los viejos se mueran para que los jóvenes puedan vivir.
¡Y perdonen!

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