Los tehuelches, ("gente bravía", denominación que le dieron los mapuches por la tenaz resistencia que opusieron a la expansión mapuche por la Patagonia) se daban diversas denominaciones: günün-a-künna o genaken ("ken": gente, ubicados al norte, desde el río Chubut en la Patagonia, Argentina, hasta la región pampeana incluida), aonikenk o aonikén (los que habitaban al sur del río Chubut), shelk'nam o selkman (los que habitaban el norte de Tierra del Fuego), y manneken (los más meridionales, mezclados con los yámana). Todas estas comunidades se solían autodenominarse como tsonek, tsonk o chon ("hombre").
Los españoles los llamaron Patagones (Patagón, Patagones, Patagonia...) y los mapuches los denominaron: puelche ("pueblos del este) a los del norte, pehuenches ("gente del pehuén", pehuén fruto base en su dieta alimentaria) a los de la zona cordillerana y, tehuelche a los del sur.
Dicen los tehuelches que en el principio de todos los tiempos no había nada: ni tierra, ni agua, ni cielo, ni nubes. El único que existía era Kóoch, que iba a ser el creador del mundo. Kóoch vivía solo, adentro de la oscuridad (porque no había sol) y parece que al final se fue sintiendo cada vez más triste y más triste porque estaba solo, y empezó a llorar y llorar cada vez más. Tanto lloró y tantas lágrimas soltó, que así fue como se formó el mar, que fue lo primero que hubo sobre la Tierra.
Entonces, Kóoch paró de llorar y suspiró (como suspira uno después de haber llorado mucho). Suspiró y ese suspiro fue el primer viento que hubo en el mundo, y ese viento, que era fuertísimo, barrió un poco la oscuridad pero todavía no se veía bien: era como cuando falta poco para amanecer. Como quería ver, Kóoch levantó una mano y sacó una chispa enorme, que se convirtió en el Sol. El Sol, por su parte, también se puso a inventar: hizo las primeras nubes. Pero como había viento, ese viento tan fuerte salido del suspiro de Kóoch, las pobres nubes iban de aquí para allá sin parar un momento, y en seguida se cansaron y se enojaron y empezaron a protestar con truenos y a tirar rayos para todas partes.
Al final, Kóoch tuvo que intervenir para que el viento dejara un poco en paz a las nubes y así ellas se tranquilizaron y pararon de tronar y relampaguear todo el tiempo como antes. Desde entonces, las nubes se enojan solo de vez en cuando y así vienen las tormentas. Después, Kóoch hizo una isla grande en medio de ese mar enorme, y fue creando la vida; así aparecieron los peces en el mar y los demás animales en esa primera tierra. Entonces, Kóoch inventó la Luna, para que de noche no estuviera tan oscuro. El Sol era hombre y la Luna mujer. Al principio nunca se veían, porque él salía de día y ella de noche; es más, ni sabían que el otro andaba por ahí. Pero las nubes, que se quedaban todo el tiempo en el cielo, les contaron y a ellos les dio curiosidad por conocerse. Tanta curiosidad les dio, que un día el Sol se apuró y salió más pronto que siempre para poder espiar a la Luna antes de que se fuera, y otra vez fue ella que salió antes de tiempo, para ver al Sol.
Al final, se casaron. Kóoch creó algunas otras cosas, hizo la Patagonia y como ya le pareció bastante, se fue a descansar a algún lugar en el horizonte. Si quedaban un montón de cosas por inventar y acomodar, ya se iba a ocupar otro, que estaba justo por nacer, y al que Kóoch hizo poderoso. Era Elal, el héroe-dios, el nacido de la Nube cautiva y el cruel gigante Nóshtex, creó a los Chónek (hombres) de la raza tehuelche en las tierras del Chaltén, y fue su organizador, protector y guía.
Y entre otras muchas cosas, como Elal viera que sus criaturas tenían frío y oscuridad, cuando el Sol no estaba en el Cielo, les enseño a hacer fuego, el mismo que les permitiera vencer a la nieve y al frío en las laderas del Chaltén, el que brota cuando golpean ciertas piedras. Dicen que a partir de entonces los tehuelches ya no temieron a la oscuridad ni a las heladas porque eran dueños del secreto del fuego, y el fuego era sagrado para ellos porque se los había dado su padre creador...
Véase: Orígenes
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